La gloria saldó en esta edición, y de qué forma, la deuda que mantenía con Jesús Loroño desde el año anterior. El vizcaíno se hizo con el triunfo final después de recortar los 15 minutos de ventaja que le llevaba Federico Martín Bahamontes, y lo hizo en una sola etapa, la décima. Loroño se metió en una escapada, extrañamente consentida por Bahamontes, y llegó a la meta con 21 minutos de ventaja respecto al pelotón. Esta incomprensible actitud del águila de Toledo le privó de una victoria que tenía en la mano y se tuvo que conformar con el primer puesto en la clasificación de la montaña, un premio menor, dadas sus aspiraciones iniciales y tal y como se estaba desarrollando la carrera.
Bahamontes demostró, además de una pasividad inusual en un campeón y un extraño carácter que le acompañó a lo largo de su trayectoria, sus escasas dotes como adivino, ya que llegó a vaticinar que Loroño vencería la montaña y él la general. Su predicción no pudo ser más errónea vistos los resultados finales, ya que, para su desgracia, se invirtieron los términos.
El dominio que ejercieron los españoles fue absoluto y relegaron al papel de comparsas a los extranjeros, a pesar de que entre ellos había hombres tan destacados como los franceses Walkowiak y Geminiani o el italiano Nencini. Los ciclistas nacionales coparon todos los premios importantes (general, montaña y clasifiación por equipos) y pusieron fin a dos años de dominio foráneo.
Loroño y Bahamontes fueron escoltados en los cinco primeros puestos de la general por Bernardo Ruiz, tercero, el portugués Ribeiro da Silva, cuarto, y el francés Geminiani, quinto. En la montaña, los españoles Bahamontes, Morales y Aspuru coparon las tres primeras posiciones.
